Bomba climática. Al ritmo actual de emisiones contaminantes de dióxido de carbono, acabaremos superando los tres grados de aumento de la temperatura de la Tierra, en cuyo caso también se multiplicará por tres el crecimiento del nivel del mar. No lo digo yo, lo ha hecho público estos días el panel de expertos de la ONU, que en su sexto informe de evaluación señala que, con un calentamiento tan desbocado, “se excederá el potencial de adaptación de muchas especies de plantas y animales, y se reduciría la productividad agrícola y pesquera”, entre otros efectos. Pero esto, que es tan dramático como terrible, parece interesarles solo a los científicos y poco más. El planeta no existe para los que se manifiestan y oponen rotundamente al avance de las energías renovables, en particular a la eólica: fuente limpia, propia y barata. El catedrático de la Universidad de Vigo Xavier Labandeira se preguntaba estos días en la prensa gallega cómo una sociedad avanzada como la gallega, con grandes recursos eólicos y solares, puede mirar para otro lado sin reflexionar sobre la emergencia climática. Y añadía que necesitamos mucha eficiencia energética, pero aun así “la demanda renovable es monumental”.
Vivimos una coyuntura histórica de enorme incertidumbre en todos los planos: económico, energético y social. Inflación, Ucrania, gas, petróleo, tecnológicas, crisis y más crisis. Y en este trance resulta que Galicia tiene una oportunidad de oro por su potencial de implantación y desarrollo de aerogeneradores en tierra y mar debido a la calidad de nuestro viento, con una industria e infraestructuras preparadas para abordar la construcción de parques y plataformas. Las necesidades de la eólica marina son extraordinarias en cuanto a logística, barcos, grúas, tubos, palas, mecanizados y otros componentes, además de las instalaciones adecuadas para poder construir todo este equipamiento. Los astilleros de Navantia, los puertos de Langosteira y Ferrol y más de un centenar de empresas auxiliares forman un conglomerado idóneo para esta tarea fabril, que supone una diversificación del apaleado sector naval. Solo Reino Unido precisa un centenar de plataformas. Y no olvidemos que los nuevos proyectos de hidrógeno verde y almacenamiento de baterías, vinculados a los fondos Next Generation, solo pueden ser alimentados con energías renovables.
No se me escapa que tenemos que buscar la conciliación y compatibilidad con el sector pesquero, igual que hacemos en tierra firme. Pero elegir solo pesca en lugares bien acotados, sin eólica, tiene implicaciones en la acción climática y en los beneficios industriales, tal como señala de nuevo Lavandeira, director de Economics for Energy. Ahora bien, hay otro elemento que es clave en todo este maremágnum. Me refiero a la coordinación entre las Administraciones Públicas, los sectores implicados y la universidad. No podemos seguir siendo reinos de taifas. Ni ajenos al mundo.
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